lunes, 12 de junio de 2017

ROSARIO SE PONE LA GORRA: PRESENTE CONTINUO

María de los Angeles Paris era bibliotecaria del Complejo Educativo “Francisco de Gurruchaga” y de la Técnica 464. Llegó a la seccional 10° del barrio Alberdi pasadas las 21.30 horas del miércoles 3 de mayo como víctima de un robo callejero, pero luego escapó a la carrera de la comisaría «visiblemente alterada», dijeron los efectivos que la habían recibido. Según fuentes de la Fiscalía, personal policial salió entonces en su búsqueda, la llevó nuevamente a la seccional y luego a su domicilio, pero la mujer «se alteró nuevamente y fue reingresada a la comisaría, donde la dejaron sola en un cuarto aislado». Pasadas las 22 fue encontrada sin vida, aparentemente producto de un paro cardiorrespiratorio… ¿De qué otra manera perdemos la vida los seres humanos?

La terrible situación de morir en el encierro y la soledad rodeada de policías nos estremece. La versión policial y fiscal de encubrimiento ya es lo suficientemente horrososa, e hiela la sangre pensar en qué sucedió verdaderamente. Según AMSAFE (sindicato de docentes de la provincia), que realiza una investigación paralela a la de la justicia, María habría visto sus pertenencias o a quien se las robó y fue ahí que decidió irse de la seccional. Hay testigos que afirman haber presenciado cómo golpeaban y esposaban a María dentro y fuera de la comisaría.

No nos extraña que el fiscal mienta y encubra, como tampoco que el poder político avale o que los médicos, el 28 de mayo, reafirmaran con una nueva autopsia la versión estatal. Todo en esta sociedad está conjugado en nuestra contra, desde el momento en que la policía roba o manda a robarnos (recordemos el caso de Luciano Arruga), pasando por la obligación de denunciar cuando estamos yendo, viniendo o en el trabajo, para luego acabar en el monstruoso aparato de justicia.

Estos últimos meses el sistema represivo afirmó con cada vez más fuerza su función. A principios de abril veíamos cómo entraban a tiros y palazos en el barrio Qom, arrestando a más de diez pibes hasta que los largaron a la tarde, por la presión que hicieron sus madres y las y los solidarios que agitaban afuera. Luego, el 8 de mayo aparecieron uniformados armados en el Museo de la Memoria, media hora después de que familiares y amigos de Jonathan Herrera hicieran la ya tradicional recreación de su asesinato, a prepotear y burlarse de los que participaron en la actividad. Un accionar policial amparado en un llamado telefónico efectuado por un “buen ciudadano” y que se desarrolló en el patio del museo bajo un cartel instalado en su entrada que muy curiosamente versa “Presente continuo”. El viernes 12 le tocó a Elina Rivero, quien de camino a un recital con sus amigos —y mientras los ratis los amenazaban—, sufrió golpes contra la pared que la dejaron con traumatismo severo de cráneo, pasando primero dos horas en la Comisaría 7° (¡Franco Casco presente!) donde la desnudaron, robaron y continuaron golpeando, hasta que la ambulancia del SIES la dejó en el Hospital de Emergencias Dr. Clemente Álvarez, en el que permaneció en coma durante una semana. Afortunadamente ya se encuentra en la calle.

Estos fueron algunos de los hechos que más ruido hicieron en los medios de comunicación, pero detrás de estos sabemos que existe una violencia sistemática y constante, en barrios, comisarías y cárceles. Sería imposible reducirlos todos, junto al odio que sentimos, en una serie de premisas técnicas. Esto no quiere decir que no estemos de acuerdo con algo que se escucha cada vez más en los medios: «No ir a la comisaría a hacer las denuncias». Pero sería iluso creer que gracias a la tercerización de este “servicio” en las fiscalías, se garantizaría la integridad de nuestros hermanos y hermanas de clase.

Reafirmamos una vez más que la crítica a la policía y a toda la institución judicial no es una cuestión política o ideológica. Siempre es y ha sido una cuestión de preservación y solidaridad entre pares. La necesidad de control y represión es constante para este sistema y es por eso que no podemos permitirnos el lujo de entrar en tecnicismos o depositar nuestras esperanzas de cambio en pedidos de justicia. Mientras haya explotación, habrá quienes la gestionen, quienes se sometan y quienes sean insumisos y se organicen contra ella. La única forma de acabar con este círculo vicioso es fortaleciendo la solidaridad y la lucha con el objetivo de destrozar la mismísima raíz que genera toda esta violencia.

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