sábado, 4 de julio de 2015

EN TIEMPO DE ELECCIONES...

La ciudadanía se ha expresado. La ciudadanía que hierve de indignación con el tema inseguridad esta vez pudo elegir quienes van a robarle por los próximos cuatro años, sistemáticamente, con vestimentas aceptadas y sin necesidad de sobresaltos si se está lo suficientemente adiestrado. Los comicios se desarrollaron en total normalidad: votos, gendarmes, urnas, policías, padrones, seres humanos reducidos a ciudadanos, individuos que valen un voto…

Nadie cree estrictamente en la publicidad, sea comercial o política (que cada vez se parecen más entre sí), pero funciona. Pocos creerán que la nueva golosina sea la más sabrosa y llena de diversión, así como pocos o poquísimos creerán que el candidato cumpla con lo prometido, siendo que ninguno promete nada de otro mundo… pero funciona. Muchos compran golosinas y muchos participan en las elecciones. Aunque no tantos como se supone promocionan medios de comunicación y partidos políticos. Hay un discurso sobre el regreso de la confianza en los políticos que llega incluso a ocultar las cifras de votos anulados, en blanco y abstenciones: esto ya no formaría parte de las estadísticas. El recuento es sobre los “votos positivos”, entonces un 30% es falso, es solo el 30% sobre un total de votos que excluye a quienes votaron por nadie. Aclaramos que no nos hacemos fantasías con esto, entre esta masa de votos hay desde un rechazo a la burguesía hasta defensores de la última dictadura cívico–militar. Habría que tener el razonamiento de un maoísta para pensar que se trata de un “voto bronca”. Cuando en 2007 el Partido “Comunista Revolucionario” llamaba a no votar, impugnar o votar en blanco, y eso fue lo que hizo la mayoría en algunas regiones, el PCR se sintió la primera fuerza: «ganó el voto bronca» decían…

«¡Fraude!»

Las garantías de la democracia funcionan mientras no haya inconvenientes. Si salimos a protestar masivamente a las calles declaran el estado de sitio legalizando la represión. Los cacareados “derechos y garantías” sirven mientras no sirvan para mucho.

Si no gana el candidato deseado hacer fraude se vuelve moralmente aceptable. «Que hagan fraude pero que no gane Del Sel» coinciden demócratas de todo pelaje, a excepción de los seguidores del candidato del Pro, claro. Mientras en otras ocasiones es importante decir que «el pueblo debe expresarse libremente a través de las urnas», este pueblo podría equivocarse y la mayoría ya no expresaría lo que hay que hacer. Vericuetos de la representatividad.

«2001»

Del “que se vayan todos” a la resignada elección entre distintos tipos de mierda han pasado catorce años. La mentalidad política nos habla de madurez, de contextos y de opciones. Nos habla de “ser realistas”, cuando su única realidad es la mentira socialmente aceptada y reproducida por la enorme mayoría de la población. «Hay que votar para que no gane la derecha», «si gana el Pro esto va a ser peor» ¿Pero qué harían? ¿Imponer la ley antiterrorista? ¿Encarcelar a los trabajadores que luchan? ¿Firmar acuerdos con multinacionales para destruir el planeta? ¿Proteger un Estado cómplice de la trata y el narcotráfico? ¿Transformarnos en objetos? Todo eso ya está hecho, muy bien hecho, sin la ayuda de “la derecha”.

La rabiosa campaña anti Del Sel aglutinó desde fanáticos del gobierno nacional a incrédulos de los políticos. En los carteles con la cara de este ser miserable que es el ex Midachi se escribieron palabras que supondrían ser insultos como «puto» o «porteño» y se pegaron en su frente unos cartelitos que sólo decían «2001». Dejando en evidencia que de aquel año sólo recuerdan las “políticas neoliberales”, ignorando la protesta, la autoorganización, los ataques al Estado y su policía, a la propiedad privada, la desobediencia. Coleccionan las miserias y las humillaciones del pasado, ignorando de él sólo la revuelta. Lo dijimos antes y lo decimos ahora: ese ensañamiento de los reformistas con palabras como “neoliberalismo” no son casuales, son maneras de desviar la crítica del capitalismo hacia una crítica de sus “excesos”, proponiendo que elijamos entre diferentes formas de administrar la miseria. Las alternativas de izquierda en el parlamento son el más claro reflejo del proceso de canalización reformista de las últimas revueltas en nuestra región. Para la próxima, no olvidemos que quienes dialogan con el Estado quieren ser el Estado.

«Votar diferente»

Frente de Izquierda, Ciudad Futura, Frente Social y Popular, y hasta los que creen obedientemente que el Frente para la Victoria o el Frente Progresista Cívico y Social son una oposición a “los poderosos”. La práctica del “mal menor” se viste de gala y hasta afirma que esta vez hay buenas opciones frente a un “mal mayor”. Naturalmente hablan del cuco de la derecha, que hace agrupar frente a sí feministas y machistas, estrategas políticos y votantes desorientados, y por sobre todo explotadores y explotados.
Es la vieja fórmula socialdemócrata que se presenta como una novedad, año tras año desde hace siglos. Karl Marx, de quien algunos de estos imbéciles se pretenden seguidores, ya en 1851 en El 18 Brumario de Luis Bonaparte expresaba «Frente a la burguesía coligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y obreros, el partido socialdemócrata. A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia… El carácter peculiar de la socialdemocracia se resume en el hecho de exigir instituciones democrático–republicanas como medio no para abolir los dos extremos, el capital y el trabajo asalariado, sino para atenuar su antagonismo, convirtiéndolo en armonía. Por mucho que difieran las medidas propuestas para alcanzar este fin, por mucho que se adorne con concepciones más o menos revolucionarias, el contenido es siempre el mismo. Este contenido es la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía.»

Hoy como ayer todo el espectro político quiere hacer olvidar a fuerza, palo e ideología las verdades defendidas por los explotados en sus grandes momentos de lucha. Luego de las grandes derrotas, que nos han presentado como victorias, la mentira toma más fuerza. Hoy no alcanza con decir verdades, es tiempo de atacar la mentira. Y es mentira que apoyar al mal menor en última instancia no hace mal a nadie, ¡nos debilita! haciéndonos confiar en nuestros propios verdugos, en las reformas graduales que son en verdad verdaderos fracasos.

Un puñado de proletarios no puede combatir por sí solo las debilidades de toda una clase, ¡pero lo último que podemos hacer es organizarnos y luchar en base a esas debilidades!

Los oportunistas que quieren nuestro voto se mostrarán amables y sensatos frente al ciudadano timorato. Frente al proletario sediento de revolución dirán que se trata de una cuestión estratégica. La historia nos ha enseñado que el gradualismo, el parlamento y la lucha por reformas no conducen sino a la miseria y la muerte.

Principios…

No somos de una religión en particular porque así nos educaron y por eso rechazamos a los demás dioses. No somos nacionalistas que primero se sienten de tal país y luego odian a los de otros. Tampoco fanáticos de un equipo de fútbol que odian al rival en función de “su propio club”. De esa manera actúan los políticos, llegando a rechazar en otros lo que ellos mismos defienden. Las reflexiones que exponemos no parten de ciertos principios ideológicos, tampoco se trata de un fanatismo absurdo. No nos declaramos primero revolucionarios y por ello rechazamos a las elecciones y a los partidos políticos en bloque…

Por el contrario, es el rechazo a la miseria, a la explotación, a sus defensores y falsos críticos, lo que nos fuerza a asumir la necesidad de revolución social. Si se logra comprender que las posiciones revolucionarias se desprenden de la realidad social y no de ciertos principios ideológicos, quizás no se sigan olvidando tan fácilmente.

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