domingo, 12 de octubre de 2014

REFLEXIONES DESDE EL BARRIO

Es de público conocimiento que la Biblioteca Alberto Ghiraldo no posee local propio y que se sustenta con el aporte voluntario de las personas interesadas en que este proyecto exista, no recibiendo dinero del Estado, ONGs o cualquier empresa. Por estos motivos, la biblio no se asienta en un espacio fijo y ha ido moviéndose por diversas casas y locales de la ciudad de Rosario: Callao 314 allá por la década del 80, y más adelante Paraguay 2212 y Sarmiento 1418 hasta llegar donde nos encontramos hoy.

Nuestra intención no ha sido asentarnos en un barrio en particular para quienes habitan una zona en particular. Nuestra intención es acercarnos, conocernos, debatir y coincidir con quienes se interesan por la crítica social, la reflexión subversiva y, por sobre todo, con quienes quieren luchar por el comunismo y la anarquía, contra el Estado y el Capital.

En este trayecto una “recomendación” o crítica se repitió, más que otras, en forma de pregunta: «¿Por qué no están en un barrio?» o en modo imperativo «Ustedes tendrían que estar en un barrio». Siempre nos ha sorprendido esta mitificación que tiene el amplio sector de izquierda por “el barrio”, lugar abstracto que pareciera ser todo lo que no es el centro y donde las propuestas serían mejor recibidas. Nosotros comentamos que este proyecto no tiene una intención geográfica, y que allí donde haya explotados y oprimidos puede haber lucha y revolución. Pero curiosamente, esto podíamos responderlo a los críticos cuando estábamos en el centro de la ciudad, porque ahora que nos fuimos más hacia el oeste, pareciera que estamos muy lejos para escuchar sus críticas. Nos tiene sin cuidado. Quienes no poseemos casa y debemos alquilar, no tenemos aprecio particular por ninguna zona de la ciudad, no tenemos un barrio al cual pertenecer. Con respecto a la biblioteca, cuando estuvimos en el centro encontramos que le quedaba
cerca a más gente porque pasaban más colectivos o porque en algún momento del mes hay que ir al centro a hacer algo, pero no fuimos allí por eso, encontramos esa característica estando allí.

Hoy nos encontramos en lo que populistas y melancólicos pueden llamar “un barrio”, pero no cambiamos los libros de reflexión subversiva o de memoria histórica del proletariado por manuales escolares con la historia oficial, como nos recomendaban muchos de los que nos mandaban a un barrio. Estamos en Carriego y Marcos Paz, a poquitas cuadras de donde una turba de ciudadanos asesinó a David Moreira en marzo de este año, porque supuestamente había querido robar una cartera. Estando en lo cierto o no respecto al robo, pensaron que un objeto vale mucho más que una vida, y por eso entre decenas lincharon y mataron a David, lo filmaron, se rieron, se enorgullecieron de ello y siguieron defendiendo su accionar, por facebook, en la radio, en los comentarios del almacén del barrio, en el laburo, en la parada del bondi.

Hoy los vecinos del barrio se autoorganizan en asamblea, muchos de ellos se reúnen en uno de esos “clubes de barrio” que supuestamente hay que recuperar, publican que «no basta con indignarse, hay que comprometerse», dicen que «la única lucha que se pierde es la que se abandona», si hasta han reafirmado que «si el voto cambiara algo estaría prohibido». Salen a la calle a protestar, sus carteles dicen “libertad para los chicos”. “Los chicos” son dos acusados de homicidio en el linchamiento. Se sabe porque los supuestos justicieros subieron sus propios videos y sus propias noticias a la web haciendo caso de aquella premisa de la contrainformación: «cada persona un corresponsal». Como vemos, lo que determina la lucha no son las formas (asamblea, protesta, autoorganización, etc) sino su contenido. Son los mismos que piensan como Susana Giménez, la vocera del lema «el que mata tiene que morir», pero esta vez no aceptan que los que matan siquiera vayan presos. Como vemos, ellos lo tienen claro, o no: la cuestión no es matar sino quién mata y a quien.

A los afines, los cercanos, los que compartimos algún proyecto, les comentamos que de estas pequeñas cotidianidades podemos sacar algunas otras conclusiones: que el barrio, como la ciudad, el país o el continente en que vivimos —porque nos toca habitar— tiene características que nos emocionan, nos agradan, pero puede que estas se encuentren también al otro lado de la avenida o de las fronteras. Los gestos que nos unen no son privativos de un barrio, sino que están en muchas partes donde hay personas solidarias, con buen humor y ganas de compartir. Y por otra parte, queremos decir que la cárcel no sirve para nada bueno, que así como los reaccionarios dicen que la cárcel no frena los robos, nosotros decimos que la cárcel no va a parar los linchamientos ni los ataques cobardes de ciudadanos represores. Y lo que es peor, cuando se endurecen las leyes y se abren las puertas de las cárceles, se sientan precedentes para que entren siempre los mismos, porque como dice la canción «el rico nunca entra y el pobre nunca sale».

Nos pueden decir que lo queremos todo y que mientras tanto hay otras cosas por cambiar, es cierto, y es cierto que los resultados no pueden verse en lo inmediato, nosotros no pretendemos eso. Sin embargo, los que sí quieren resultados inmediatos y luchan por ello, postergando siempre para mañana la necesidad de ir a la raíz de los problemas, tampoco ven cambios inmediatos, y siempre acaban corriendo de un problema a otro, tapando agujeros. Esta sociedad, cuando se mueve dentro de los parámetros dominantes refuerza los males que busca resolver, desplazándolos de un lugar a otro.

Las grandes luchas pueden empezar por pequeñas, de alguna manera hay que empezar, pero el objetivo debe ser mayor, y como mínimo debe ser no hacerle el juego al Estado y la burguesía.

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