miércoles, 2 de abril de 2014

DAVID VS. GOLIAT

Esta vez David sucumbió ante el gigante. Alguien es incriminado de un robo y asesinado a golpes por una muchedumbre en las calles de Rosario. Una vez más la muerte gana, no se trata de perderse en la discusión de quién es víctima y quién victimario. Esta vez el asesino no fue un individuo ávido de pertenencias ajenas que intercambiar por unas propias. Esta vez el asesino fueron los supuestos normales, entre cincuenta y cien individuos como la ley manda, muchos de ellos cristianos como dios manda, que por unas horas se disfrazaron de verdugos, y por detrás de su clamado de justicia desenfundaron su sed de venganza. Pero ¿venganza contra quién? ¿Contra la causa de todos sus males? A veces la cobardía lleva a esquivar los verdaderos enemigos y a utilizar de chivo expiatorio un rival débil, uno al cual se pueda dominar sin complicaciones para desahogar por un momento toda la impotencia, el odio y el estrés sentido a diario en esta vida dura.
 
Un día el enemigo es el moto-chorro que te arrebata la cartera, otro el trapito en el semáforo, otro el desobediente de tu hijo o la contestataria de tu mujer, el cómodo de tu marido o el desconsiderado de tu vecino; unos más otros menos, todos parecen ser los causantes de tu malestar diario.
 
Parece que lo más fácil es responsabilizar a un tercero y seguir adelante, seguir sin pensar que la razón de tu vida no es más que andar como el burro detrás de la zanahoria del éxito personal. Sin tener en cuenta que el éxito de unos es la miseria del resto, tu propia miseria, la miseria de un joven de 18 años que en la búsqueda de su propia zanahoria se disfraza de maleante y sale a jugarse la vida. La suya o la de alguien más, las reglas del juego del éxito siempre alientan a apostar sobre las de los demás. Todo para conseguir “eso” que nos enseñaron que es la realización personal. Eso que a diario bombardean por todos los medios como felicidad. Eso que todos hemos aceptado como verdad absoluta: la enorme mentira de que solo se “es” a través de la propiedad. Sin embargo, es precisamente esto lo que nos mantiene como un engranaje más de este sistema de expoliación humana, exprimiéndonos el jugo, minando cada vez más el sentido de comunidad y ubicándonos en la posición de ver a todos como tus competidores y, tarde o temprano, como tus enemigos.
 
La muerte no acaba, sucede todos los días, tanto en un asalto a mano armada, donde el asaltante valora tan poco su vida que no distingue entre la vida y una cartera, como en un “accidente” laboral donde el patrón prefiere sacar mayores ganancias relegando la seguridad de sus empleados. Sus manifestaciones son muchas: accidentes de tránsito, abortos clandestinos, una explosión por negligencia, sobredosis de drogas, desnutrición, envenenamiento por agro-tóxicos, gatillo fácil e innumerables otras. La realidad es que, si bien nos venden todas estas muertes como casos aislados, proceden de lo mismo, del dinero por sobre la vida, de un sistema en el cual la vida no es más que mercancía, cuantificable, clasificable y prescindible, como cualquier otra mercancía de cualquier góndola del planeta.
 
“Los vecinos” dicen estar hartos, cansados, pero la verdad es que nunca se cansan, lo aguantan todo: la explotación diaria, la falsificación continua, la suba de los alimentos, del alquiler, del transporte. Ninguno estaría dispuesto a matar a patadas a sus explotadores, ni a quienes lo gobiernan, ni a destruir sus lugares de trabajo, siendo éstos los mayores ladrones de vidas desde hace ya siglos. No están dispuestos ni a tirarles huevazos a sus puertas porque son ciudadanos decentes pero olvidan que ellos son “los negros” de alguno de más arriba y que, como la historia nos sigue demostrando día a día, a la burguesía no le tiembla la mano a la hora ajustarles los cinturones, reprimirlos o matarlos.
 
Esta vez David ha muerto, otras tantas murió Goliat. La maquinaria no cesa, la propiedad privada se pondera sobre la vida, los exitosos siguen llenando sus bolsillos, los intelectuales siguen escribiendo ponencias, los medios siguen exponiendo mentiras como verdades, las religiones siguen vendiendo esperanzas, los normales siguen masticando venganzas, los miserables siguen disfrazando su miseria.
 
Si cada uno sigue su zanahoria, con cada paso se refuerza cada vez más la victoria del Capital por sobre la humanidad.

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