domingo, 12 de agosto de 2012

A JUGAR CON LUGO

El 22 de junio pasado Fernando Lugo, presidente de Paraguay, fue destituido de su cargo tras un juicio político llevado adelante por la Cámara de Diputados de dicho país.

Aparentemente, Lugo sería un presidente que, aunque ex-obispo de la Iglesia Católica y sancionador de leyes antiterroristas, vale la pena defender. Un tipo cómplice de la sojización del Paraguay, que “hizo lo que pudo” frente a las poderosas multinacionales del agro y una “derecha oligarca”, al que le “hicieron una cama” en Curuguaty donde murieron 11 campesinos y 6 policías, para luego destituirlo con un juicio cargado de irregularidades. Un bien intencionado, algo ingenuo, que, a pesar de todo, promovía el diálogo con los movimientos sociales y campesinos de Paraguay, al que no lo dejaron gobernar ni concretar su tan ansiada reforma agraria. Sin lugar a dudas, todo un compañero.

Más allá del apoyo crítico o acrítico, todo el abanico especulativo de la política coincide en la defensa de la soberanía popular, del gobierno electo.

Nos dicen que hay que unirnos “contra el golpismo”, contra la reacción que quiere “retroceder” frente a “todo” lo obtenido. Les encanta poner todo en términos de progreso, e incluso los pseudo-revolucionarios nos hablan de que la democracia nos permite “mejores condiciones para luchar” y es necesario conquistar y defender las libertades democráticas. Mientras tanto, es cada vez más evidente como este ideal es utilizado para mantenernos a raya, para limitar e institucionalizar nuestras luchas, para que no nos salgamos de las estructuras del Estado, de sus partidos y sindicatos. Para que sigamos con esa lógica del mal menor y del progreso, dejando para nunca más una ruptura de fondo con la sociedad actual.

Así es como en la región argentina, con un gobierno progresista y una izquierda que crece, tenemos cada vez más asesinatos en manos del Estado y mientras tanto una paz social que asusta. En Paraguay, el democrático gobierno de Lugo militarizó el país en los últimos años justificándose con la supuesta amenaza del Ejército del Pueblo Paraguayo, y ahora resulta que todos debemos apoyarlo contra una “dictadura parlamentaria”. Así como el año pasado en Egipto, el ex-presidente Mubarak pasó de ser un democráta a un dictador en cuestión de semanas, justificando la intervención militar para contener las revueltas.

No solo nos siguen reprimiendo y matando “en democracia”, sino que lo hacen en nombre de ella. No es menor esta cuestión de la “dictadura parlamentaria” como algunos llaman al actual gobierno paraguayo. Este nuevo híbrido de la ideología burguesa demuestra hasta dónde puede llegar la utilización de la falsa oposición entre dictadura y democracia.

El capitalismo es siempre dictatorial. La producción es determinada por la ganancia y no por las necesidades humanas. Es la dictadura del Capital sobre la vida.

A su vez el capitalismo es siempre democrático. Son las mercancías quienes nos democratizan. Su circulación nunca se detiene y a su paso nos iguala como compradores y vendedores, nos reduce a nosotros mismos a mercancías, y conduce a la miseria a quienes no tengamos que vender más que nuestro cuerpo. Nos da la libertad de consumir, o lo que es lo mismo, de trabajar (si podemos) o morir de hambre. Esa es la esencia de la democracia, esas son su libertad y su igualdad, y sobre ellas se establecen todos sus derechos y obligaciones.

Pueden cambiar algunas reglas pero el juego es siempre el mismo: el del trabajo asalariado, la propiedad privada y el Estado.

No decimos todo esto por una mera cuestión de definiciones o para ser especialistas del análisis político. Lo hacemos para desnudar la confusión que hace que nos sintamos más a gusto cuando nos dan palos gobiernos parlamentarios, y para que los defendamos cuando otro sector de la burguesía les quiera sacar el poder. Pero por sobre todo sirve para que nunca podamos imaginar algo por fuera de la democracia, del orden actual.

Es por eso que frente a toda especulación nuestra lucha es y seguirá siendo contra la dictadura democrática del capital.

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